Cállala con un beso, golpéala con un “Te quiero”, fascínala
con tus locuras. Y si no la tienes a tu lado súfrela, extráñala, deséala,
conviértela en literatura. Pero respétala siempre. Así sea la más indigna, la
más insulsa. Y tú mujer, valórate. Tú, criatura sublime, amate. Sé consciente
de que eres, quizá, el pecado más encantador.
Si no sabes valorarte, entonces cualquiera sabrá como
utilizarte.
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