lunes, 28 de mayo de 2018

ME ENSEÑARON A SALVAR VIDAS, NO A QUE ESTA SE ME VAYA ENTRE LOS GUANTES Y EL BISTURÍ.


Impotencia, melancolía, desesperación y frustración. Han pasado más de 20 años y no he podido encontrar la palabra adecuada para aquel día que marcó mi vida profesional y sobretodo me marcó como ser humano.
El día que la muerte me quitó la capacidad de salvar la vida de aquella persona, definitivamente es un día que no ha dejado de perseguirme. Recuerdo con claridad cada maniobra que realicé para que aquella mirada no se apagara, sin embargo todo ese esfuerzo no fue suficiente, ahora solo quedaba respirar un segundo y decir a un esposo, un hijo, que perdieron al ser que tanto amaron en vida, sin  embargo como tratante uno está consciente que se expone a este tipo de cosas, pero jamás se considera que dolería tanto, no era mi familiar pero dolió como si en realidad lo fuera.
 Aún no logro  describir el instante en el que confirmé la muerte de la primera persona que estaba a mi cargo, pero una vez que lo hice, vi que durante todos mis años de estudio, los mejores doctores se dedicaron innumerables horas a impartirme sus conocimientos sobre anatomía, patología, farmacología, entre otras materias mas, sin embargo  ante aquella circunstancia vi  que se olvidaron de enseñarme a llevar el dolor de perder a mi primer paciente.
Me enseñaron y me convirtieron en un ser objetivo, eficiente que va da habitación en habitación sin percatarse a conciencia del ser humano que tiene a cargo, si bien como profesional la mayoría de ocasiones no se tiene tiempo ni para comer, como esperar a tener tiempo para recordar aquella mirada afligida y nombre del paciente de la habitación que hace un segundo se entró. ¿En qué momento el médico cierra su conexión emocional y se olvida que está atendiendo a un padre, una hermana,  toda una familia? ¿Desde qué semestre uno se encierra en los libros  y se olvida el verdadero motivo que nos impulsó a escuchar a nuestra vocación?
Como uno aprende a llevar sobre los hombros aquel instante de tener una vida en nuestras manos y después pasar a tener un cuerpo que la muerte arrebató, quizá después del primer contacto uno como médico se ve vulnerable, pues la tristeza de perder una vida es como un dolor sin sitio que a ciencia cierta no se sabe dónde colocar, quizá por ello, nos envolvemos por protección en una coraza que nos va arrebatando la humanidad y  va dejando que esto sea un trabajo como cualquier otro nada  más.
Pero únicamente puedo decir, que después de la pérdida irreparable de un ser humano, de la primera persona que se nos escapa de las manos, nada es igual, un hecho biológico tan natural como es la muerte, me marcó más de lo esperado.  Que tristeza tan grande  ver lagrimas caer en el acta que confirmaba la muerte de aquella persona, definitivamente que dolor aceptar que mi paciente murió y lo poco que pude hacer, romper en llanto no fue suficiente comparado con el gran vacío que dejó el dolor emocional de no poder remediar una circunstancia tan desagradable, la impotencia de ver los límites de la medicina y el temor profundo de no haber estado lo suficientemente preparado.
Pero del mismo dolor, he sacado la fortaleza, durante estos años de práctica médica, no he podido evitar del todo aquel hecho tan natural, pero si a manejar mejor mis emociones y después de una perdida a trabajar cuan sea necesario, a mí me enseñaron a salvar vidas, no a que esta se me vaya entre los guantes y el bisturí.


Definitivamente la muerte del primer paciente jamás se olvida.
Definitivamente hay nombres, personas, historias clínicas, números de habitación, que te persiguen para toda la vida.

-Daniela Castillo